miércoles, 12 de noviembre de 2014

Mi libertad

Hoy voy a escribir en primera persona, los blogs son para eso, para escribir lo que más nos interesa y este post de hoy me duele fuerte en el corazón. Es algo trivial, lo reconozco, pero detrás de esa tribilidad yacen deseos de compartir intimidades.
En pleno siglo XXI, con los avances de la ciencia, la técnica, las TICs, las sociedades... ser una mujer o un hombre negro no debía importar demasiado. Soy una mujer negra y me siento orgullosa de mis ancestros. De ellos heredé mis creencias, costumbres, forma de hablar, caminar; el color de mi piel, el físico, la estatura y el pelo. Más que el pelo en si mismo, su textura. Y esa textura ha sido el dilema de toda mi vida. No de toda, es mejor ser sincera; pues a estas alturas de mi existencia, con casi cuatro décadas vividas, ya no me incomoda algo tan trivial. 

Llevar mi textura a todos lados sin que me miren extrañados por no tener extensiones o usar keratina es problema hoy día, el cual está dado por la influencia cultural que establece cánones ya incorporados a nuestra propia existencia. La mujer negra debe parecerse más a la blanca, al borrar todo vestigio ancestral, conectado con lo africano.

El momento de alisar el cabello siempre fue un espacio de tortura sicológica y física para mí. Nunca entendí por qué nos dejábamos llevar por estereotipos, pues lucir diferentes no debía ser una amenaza para el resto. Ello no podía constituir preocupación  y sí orgullo. 


Con el paso del tiempo entiendo más a mis abuelas. El ser negras - creían ellas- las privaba de ser consideradas mujeres bellas, y sí lo fueron, ambas fueron mujeres muy bellas, pero sin instrucción. Mujeres sabias, que al fin y al cabo, supieron encaminar a sus descendientes dándole la mejor de las educaciones, solo eso. A ellas no les alcanzó el tiempo para llegar a comprender la valía de sus rasgos, para así defender su cultura. Con ellas tuve yo mis primeras "pataletas", al no querer dejarme hacer nada en mi cabeza.

Alizarse el pelo, más que una decisión propia constituía una presión social, todo comenzaba por casa, donde llevar las "greñas" paradas era considerado símbolo de suciedad, despreocupación, inforioridad. Y sí lo es, no todos tenemos economía para exhibir los bellos peinados que nos muestran las revistas, esas que dictan la moda y nos dicen qué hacer y cómo hacerlo, no por gusto fijan cánones sociales al punto de legitimar posturas que no siempre son las más acertadas (aquí hablo en general). Tampoco es admisible que se juzgue a la persona por la apariencia que tiene su peinado, pues cada quien es libre de hacer lo que le dicte su fuero interno.

La industria cultural exhibe productos donde el mestizaje está cada vez más lejano, con los cuales se trata de occidentalizar a las más oscuras, al proponer tratamiento "novedosos" que te alejarán de las raíces cada vez más, no por gusto las "más adelantadas" constituyen el foto de sus producciones. La industria crea marcas cada vez más sofisticadas y estas nos acercan a un patrón de belleza inalcansable. Es una ruleta de consumo donde a las necesidades de lucir bien se le suma la necesidad de encajar. Bien simple, si te pareces encajas...

Durante años me ha preocupado eso de encajar o no. Como soy diferente, no me preocupa lo que diga el mundo, me doy la posibilidad de "andar siempre por las ramas" y tratar de parecerme más a mi misma, al ideal que pienso tener como mujer. Por eso, mi libertad comienza con el peinado e involucra todo lo que me rodea, entre otras cosas mi ascendencia africana, tan díficil de negar.

1 comentario:

  1. Leia, y por qué simplemente no te dejas un espendrum? Seguro te quedaría muy bien, sabes? siempre he pensado que el racismo comienza por nosotros mismos, en la medida en que nos valoremos, nos importará menos el color de nuestra piel

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