¿Quién le pone el cascabel a los precios?, esta es la pregunta del millón de pesos. Pienso en esa interrogante todos los días, pues es difícil no adviertir cuan distante están los precios de los bolsillos del cubano de a pie. Salir a llenar la despensa, independientemente de los ingresos, constituye una odisea para cualquier familia en Cuba. Productos tan demandados como viandas, frutas o vegetales son inalcansables para las personas de bajos ingresos.
Las nuevas políticas implementadas por el Ministerio de la Agricultura pretenden que la comercialización sea mucho más directa entre productores y comercializadores, ello también provoca la apariación de intermediarios: gestores independientes, que adquieren el producto, le elevan el precio y comercializan en diversos puntos, donde el mercado estatal no suple las necesidades de los habitantes. Gracias a ellos, las mágicas palabras de oferta y demanda provocan pavor en el oído del consumidor.
Se ha avanzado al acortar la distancia entre productores y comercializadores. El país ha sido claro con la política de elevar los rendimientos, dismuir las importaciones y acercar más la comida al plato del consumidor, pero las nuevas formas de gestión que avalan la aparición de los revendedores afecta, en mi modesta opinión, cualquier medida implementada por la dirección del país. No existe un precio tope o fijo hasta donde pueden subir los importes, en manos de estos gestores comerciales (a la corta o a la larga revededores de mercancias) se deja cuanto costará cada alimento. Los consumidores sufrimos al intentar llevar algún que otro producto a la mesa. ¿A dónde iremos a parar? Eso nadie lo sabe. En mi opinón, todavía falta un análisis mucho más profundo sobre la oferta, la demanda y el bolsillo de los cubanos.
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