Anoche ví a René por primera vez. Las imágenes me
acercaron al hombre de carne y hueso, al ser humano que pensaba etéreo.
Escuché su voz, lo oí cantar una
melodía de Silvio, conversar con su “amada Amalia”. No es sencillo ser un héroe,
pero a él se le ve espontáneo, pues siente que no ha hecho nada extraordinario,
sino lo que haría cualquier cubano con sentido común: defender la patria a toda
costa, por la necesidad de preservar lo que hoy tenemos, por el futuro de Cuba
toda.
La tarde estuvo triste y oscura,
a ratos; en ocasiones, grata. René abrazó a Ivette y a Irmita, y las lágrimas
me llevaron 13 años atrás, al momento en que no disfrutaban juntos, los
consejos que no dio, las noches en las cuales no estuvo para compartir con la esposa
esperanzas, frustraciones, conquistas o temores…
Anoche descubrí al René padre,
al René hijo. Constaté la bondad de su rostro, aún curtido por los barrotes y
el dolor de las carnes, cuando saben de lo injusto del encierro, cuando saben
del dolor de sus hermanos y sus respectivas familias.
Fue raro, no lo niego, de un
lado la felicidad compartida por verlo libre, del otro, la injusticia de saber
que no ha podido abrazar a su eterna Olguita y a Irma, su madre; pero él
permanece firme en la decisión de continuar en la lucha, firme en la necesidad
de que se haga justicia.
Ver a René libre constituye una
luz dentro del tortuoso camino transitado por más de diez años, constituye un
vestigio de esperanza para Ramón, Fernando, Gerardo y Antonio, quienes
continúan encerrados en cárceles de los Estados Unidos.
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